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Emociones y tecnología

 

“Si ya es difícil educar sobre lo que sabríamos que íbamos a vivir, mucho más sobre lo que aprendimos en el camino”.  

Muchos padres y madres se sentirán identificados con esta frase. Siempre dije que necesitarías tres vidas como padre y acordarte de cada una de ellas, para poder ejercer de manera satisfactoria para tu conciencia sobre cómo educas a tus hijos.

 

No, no estamos preparados para usar, aprovechar, utilizar, generar beneficio o ni tan siquiera entender de manera plena, la información que las nuevas tecnologías nos proporciona acerca de las emociones que pueden ser captadas. Categóricamente, no.

 

Llevo toda una vida dedicado a al mundo de las nuevas tecnologías y cómo afectan al mundo en el que vivimos. Desde una perspectiva personal y profesional, si algo he confirmado es que la tecnología suele ir por delante de los hábitos humanos, tanto como el hecho de que su aceptación y éxito depende de en qué momento los segundos encuentran una motivación para adoptarlas.

 

El hombre manda, aunque no lo sepa. El comercio electrónico en España tuvo muchos escépticos durante los primeros tiempos donde algunos apostaron mucho y perdieron todo. Centro europeos y nórdicos habían demostrado que la venta a distancia, de catálogo, era algo que formaba parte de su cultura. Pero no en la latina.

 

La aceptación, de nuevas propuestas en la tecnología, es decir, su consumo masivo, no demuestra su entendimiento, sino el simple hecho de despertar un nuevo habito de entretenimiento que, por razones dispares, el hombre adopta y consume.

 

Y resulta, que un buen día la compra online explotó en nuestro país y así, comenzamos a hacer lo de siempre de manera distinta.  También al latino se le presupone una tendencia a preferir encuentros sociales “en tu casa, en la mía o en la calle”. Sin embargo, parece que el uso de instrumentos como WhatsApp son clave para que los países latinos llevemos liderando el crecimiento de dispositivos móviles. 

 

A nadie le sorprende ya ver una panda de ocho chavales adolescentes sentados unos junto a otros tecleando sin intercambiar ni palabras ni miradas. A nadie tampoco ver una pareja de edad madura “interactuando” con su móvil frente a frente mientras cenan en un restaurante sin intercambiar ni siquiera un gesto de complicidad.  Contradicciones que emergen en el aún desconocido mundo de la llamada nueva “sociedad de la información”.  ¿Estamos de acuerdo que con frecuencia advertimos que más bien se trata de “desinformación”?.

 

Sirvan lo que he escrito hasta aquí como perspectiva acerca de cómo desarrollos tecnológicos que aparecen en nuestras vidas modifican nuestras pautas de conducta, aun dándoles un uso incorrecto que parece que no podemos evitar. Y sirva para ilustrar que, con frecuencia, la tecnología propone, pero el hombre dispone.

 

Entre las vías de consideradas como “medios de comunicación” (término que debería ser ya redefinido), existen dos tipos principales.  Una, en la que se paga por consumir aquello que nos entretiene. Hoy, la más difícil. Hablamos de películas, música, noticias, información de lo que más nos interesa, videojuegos, aficiones y otros. La otra, la que es financiada por las marcas mecenas que pretenden hacer llegar a potenciales consumidores la existencia de sus productos y servicios por las vías de siempre y por las nuevas posibles que aparecen: la publicidad.

 

Descendamos al motivo de este artículo. Si, la tecnología puede hacer hoy casi todo, también puede captar algunas indicaciones de nuestras emociones, que es muy distinto a decir que las capta de manera absoluta. La tensión arterial, la dilatación de nuestras pupilas, el lenguaje no verbal o los cambios en nuestro rostro. Fácil, tecnológicamente hablando. A partir de ahí queda por ver la interpretación correcta que realiza un software que, no olvidemos, ha sido diseñado por humanos. Aun mas allá, comprobar como alguien convierte esa información bien en una paja mental, bien en unos patrones de información válidos. Pero aún más difícil, y es la constante de siempre, su uso extendido, esto es, en manos de quién cae esa información y cómo se articula su aprovechamiento por parte de los posibles stakeholders o beneficiarios.

 

¿Quiénes pueden ser estos con visión cortoplacista? Marcas, agentes que trabajan para las anteriores en la industria de marketing y comunicación o a otro nivel, otros posibles que identifiquen un beneficio para el “analizado” proporcionado   por el “analizador”. 

 

Vuelve a aparecer el debate sobre el uso responsable de una nueva fuente de poder. 

 

El poder solo se administra responsablemente cuando se pretende un beneficio para el individuo y sobre todo, cuando se tiene madurez para ello. Cuando el beneficio es para unos terceros sin ponerse en la piel de los primeros, se suele acelerar sobremanera la aparición del uso incorrecto, irresponsable, masivo e improductivo para todas las partes, incluido los mecenas que la fomentan.

 

Y entonces volvemos a vender promesas no confirmadas a las marcas. Las que saben que el mundo cambia y buscan vías nuevas. Esto ocurre hoy con la ya popular “compra programática de medios publicitarios y las palabras mágicas que la acompañan, como la data”. Un fiasco aún en nuestro país. No por su falta real de potencial, sino por su prematura extensión de uso, sin la madurez necesaria de toda la cadena de valor involucrada.

 

Otro aspecto importante es que aún no ha habido un uso masivo de sistemas que los mortales sepamos que están captando nuestras emociones.

 

Ignoramos, en general, pero de alguna manera todos sabemos, que volcamos sobre redes sociales las emociones que experimentamos, pero otra cosa distinta es que se reflejen las que generamos en su esencia pura.

 

Sobre las que experimentamos, voluntariamente las expresamos en nuestros posts a nuestra manera. Según creemos o necesitamos vivirlas y sobre todo, expresarlas. Sobre las que generamos, tengo muchas dudas. Tu estas más o menos seguro de lo que sabes, de lo que has leído o aprendido, pero, ¿Existe alguien en este planeta que se sienta confiado al respecto de sus emociones y menos aún, de que alguien las capte, las interprete y use?

 

Creo que noticias como las adquisiciones de importantes empresas como Google o Apple de herramientas tecnológicas dentro de este campo responden a movimientos que recuerdan a la guerra fría entre USA y la extinta URSS. Artificios de comunicación adquiridos como vía de “busquemos novedades de ciencia ficción que aún son un gran desafío”, que acojonen al rival y que motiven a nuestros inversores en Bolsa. Materia de guiones para libros y cine. O, simplemente, algo loable, conozcamos y evaluemos por si acaso.

 

¿Cuántos proyectos ha comprado Google en los últimos años?  Y de ellos, ¿Cuántos han sido abandonados? y de los pocos que se eligieron, ¿cuántos han logrado hacerse un hueco en el mercado?

 

Nos abruma su popularidad, pero aún estamos entendiendo Twitter. Aún no sabemos cómo evitar que Facebook o WhatsApp genere problemas para nuestra privacidad, vida social o vida de pareja, y ya se habla del hecho que otras herramientas como Instagram, Snapchat o Telegram, van a desbancar a las citadas anteriormente simplemente por el análisis de un hecho inexorable: la nueva y joven generación de hoy de teenagers consume las segundas.

 

Si a todo lo anterior le sumas que existe un debate abierto sobre la privacidad, y aún no nos hemos puesto de acuerdo en establecer los límites de, simplemente, que alguien sepa por donde caminamos de forma anónima, imaginemos las exposiciones de parlamentarios europeos y asociaciones acerca de que se capten “instantáneas” de qué es lo que sienten al ser expuestos a ciertos estímulos. Cookie si, cookie no, no se tiene nada claro.

 

No, excepto aplicaciones en materia de seguridad y otras como podrían ser la psicología aplicada a modelos de conducta que aporten algo para ser mejores pilotos o cirujanos cuyo trabajo trasciende al cuidado de vidas humanas, no llevemos al conjunto de toda una sociedad lo que son juegos que alguien pretenda convertir en realidades cotidianas.

 

He seguido una hoja de ruta en mi vida financiada por la publicidad, pero he vivido lo suficiente como decir “no a cualquier precio”.

 

Y es que no hay poder más excitante que el que decido no ejercer aun sabiendo que lo poseo.

 

 

 Jesús Aldana

EMPRENDEDOR, PONENTE Y MENTOR

 

 

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